Challenge
Después de dos años de incertidumbre, 2022 consolidó la vuelta a la presencialidad en Argentina. Encontrarnos día a día en las aulas planteó dinámicas diferentes a lo esperado. Los docentes enfocamos en afianzar rutinas de trabajo para que nuestros alumnos volvieran a habitar los salones plenamente, pero en este proceso me di cuenta que quedamos muy aferrados al pasado, como si no hubiera pasado el tiempo desde la última clase presencial pre-pandemia. Sí, incorporamos tecnología en las aulas; pero el desafío no pasa por la dicotomía analógico-digital sino por el marco pedagógico que necesitamos de nuestros docentes. Sorprende ver que después de haber virado a escuelas 100% online en 24 horas hayamos vuelto a la misma estructura que en 2019. Hasta podríamos decir que el sistema escolar argentino sostiene, a grandes rasgos, la misma propuesta que a principios de siglo XX cuando se firmó la ley 1420: espacios presenciales donde se forman ciudadanos obedientes. El mundo cambia a una velocidad sin precedentes, y a pesar de que no sabemos dónde nos encontraremos en diez o veinte años sí sabemos que los trabajos del futuro se enfocarán en análisis de datos, inteligencia artificial, ingeniería e informática. Las metodologías ágiles, el design thinking, el pensamiento computacional y la colaboración están a la orden del día. ¿Cómo estamos preparando a nuestros alumnos para tal panorama? ¿La escuela es lo suficientemente flexible como para adaptarse a este contexto? Nuestros docentes y líderes educativos se formaron a fines del siglo XX (a manos de profesores que a su vez se formaron en el siglo XX), y trabajan con estudiantes del siglo XXI (nativos digitales, centennials) que requieren habilidades del siglo XXI+. ¿Los docentes tienen herramientas para repensar su práctica? Este es el desafío que estoy experimentando actualmente en educación.