Challenge
Incluso si no nos encontráramos en una situación tan peculiar como la que enfrentamos en tiempos de pandemia, hay una palabra que aparece siempre que pregunto a mis colegas cómo se encuentran: estoy quemada, no me da el tiempo. Corregir, planificar, colaborar con otros, cumplir con el papeleo administrativo, asistir a reuniones con padres, con directivos y con alumnos. A pesar de que no hay tiempo suficiente, siempre cabe un huequito para actos escolares, premiaciones y jornadas especiales. No hay tiempo, pero los profesores siempre pueden un poquito más. Siempre hay lugar para un proyecto especial, un discurso, una capacitación. Así es como vemos cada vez más profesores abrumados, agotados, con serias dificultades para concentrarse y fuertemente desmotivados porque sus esfuerzos no parecen ser nunca suficientes. Esa tarea profundamente humana del profesor, artesanal, detallista y basada en la empatía con el otro, se ve impactada por el peso de las obligaciones burocráticas en tiempos acotados y en la mayoría de los casos, mal pago. Así, el trabajo se vuelve rutinario, industrial, de supervivencia. ¿Cómo lidiar con la presión y aún así pensar en cada uno de nuestros alumnos? El desafío que encuentro día a día en mi colegio es que los profesores no pueden pensar en prácticas y proyectos innovadores para sus clases porque no tienen tiempo para hacerlo. ¿Cómo pensar en nuevos futuros posibles cuando ya no damos más y estamos quemados? Aquí está para mí, uno de los desafíos más interesantes de la educación: no podemos generar condiciones de acceso y permanencia a una educación innovadora y consistente a nuestros estudiantes si los maestros no nos sentimos cuidados y empoderados como para emprender nuevos retos.